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UNIENDO CASUALIDADES

Ciudad inhóspita

Ciudad inhóspita Un niño y su abuelo, dos personas, dos mundos conectados por el vínculo del cariño y la atracción simbiótica entre curiosidad y experiencia.
Vivían en casas y poblaciones distintas, el niño en la gran ciudad mientras que el abuelo se había retirado en un pueblo donde no molestaba ni era molestado por nadie.

A Pedrito le gustaba ir al pueblo a ver a su abuelo.
Allí era libre de corretear entre las calles, conocer a las personas que encontraba, perseguir o descubrir nuevos insectos bajo las piedras cerca del río donde se mojaba los pies.
Cuando volvía a la casa de su abuelo, aún con el corazón palpitando y alguna que otra rascada en la pierna, necesitaba un tiempo para acostumbrarse a la oscuridad.
Poco a poco, al ir recobrando la vista, identificaba uno a uno los objetos que llenaban la casa.
Cada uno le parecía único y con significado propio, con vida. El vestíbulo era todo de madera. Había bastones rectos de haya, una antigua máquina de coser con su característica rueda que giraba en pisar el pedal, un baúl lleno de manteles y ropas blancas, una mesa robusta donde su abuelo arreglaba relojes viejos y jugaba con martillos y alicates.

Un montón de recuerdos le unían a su abuelo. Pero uno de los más especiales era que, cuando hacía frío y las montañas estaban nevadas, su abuelo lo sentaba en sus rodillas y le contaba algún secreto. Por ejemplo, que por la noche la mesa se desperezaba y se sacudía las herramientas para hacer unas cuantas flexiones mientras el armario hacía lo propio con sus puertas, mientras la vieja radio se ponía romántica y cantaba una vieja canción a la luz de la luna. Entonces del baúl salían un par de vestidos que resultaban ser los pijamas de sus abuelos y se ponían a bailar dando giros a un palmo de tierra enfocados por un atenuado cono de luz que salía de la vieja bombilla.

Lejos le quedaban a Pedrito las cosas de la ciudad: su escritorio lleno de revistas y juguetes, la consola, la TV, el móvil, sus escurridizos vecinos o los aburridos niños del colegio que no tenían imaginación. A él le sobraban ideas y si se aburría, siempre podía rescatar mentalmente el pueblo, la casa, los objetos en la noche, la dulce libertad que deberían ofrecer nuestras ciudades pero que cada día son más inhóspitas para los que se atreven a jugar en la calle. Y luego dicen que los pueblos son aburridos.

2 comentarios

zingara -

Che tenerezza!

L'immaginazione permette di trasformare in poesia la realtà di ogni giorno

sara -

Imaginació, n'estem tan mancats avui dia!

...Jo visc en una casa embruixada, amb fantasmes i vampirs que em xuclen la sang per les nits... jejeje

I, de petita, era princesa i vivia en el castell més bonic de Lleida, malgrat trobar-se aquest amagat sota el meu llit. Era per protegir-me de les ferotges bèsties que podien atacar el meu reialme.

Bonica i innocent infància.

Però no vull pensar que avui dia aquesta ha desaparegut!