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UNIENDO CASUALIDADES

El poder de la palabra (3): Varlam Shalamov, 20 años en el gulag confrontando la existencia humana

El poder de la palabra (3): Varlam Shalamov, 20 años en el gulag confrontando la existencia humana

El escritor ruso dedicó el resto de su vida a escribir ’Los relatos de la Kolymá’, un libro que “permite reconocer la esencia humana y su capacidad de resistencia aún en las más terribles condiciones”.

El régimen comunista condenó al escritor ruso Varlam Shalamov a 10 años de gulag por difundir el testamento de Lenin donde se criticaba a Stalin. Era un intelectual que discrepaba de lo que hacían los comunistas en Rusia. Mientras cumplía condena en el gulag, fue condenado otros 10 años por haber reconocido, en una crítica literaria, que el escritor Iván Bunin (autor ruso anticomunista) era un gran escritor ruso.

La palabra gulag ha venido a denominar no sólo la administración de los campos de concentración sino también al sistema soviético de trabajos forzados en sí mismo, en todas sus formas y variedades: campos de trabajo, de castigo, de criminales y políticos, de mujeres, de niños o de tránsito. O incluso más, los prisioneros en alguna ocasión lo llamaron triturador de carne: las detenciones, los interrogatorios, el transporte en vehículos de ganado, el trabajo forzoso, la destrucción de familias, los años perdidos en el exilio, las muertes prematuras e innecesarias.

 

En Los relatos de la Kolymá, Varlam Shalamov sumerge al lector en su mundo -con un estilo parangonable a los grandes de la literatura rusa como Tolstoi o Dostoievski- a través de un relato literario que va más allá del testimonio y la mera descripción, en él hay 20 años de vida en condiciones extremas. Sus páginas son una referencia continua a la resistencia humana.

En medio de la muerte halló la confirmación del bien

El libro se inicia con una frase terrible "he visto demasiadas muertes, más de las que un hombre puede ver, para seguir deseando estar en vida".

En una ocasión el autor reveló que para él "Los relatos de la Kolymá son la confirmación del bien". Y dice esto después de escribir dos tomos repletos de relatos donde se habla de muerte, de sufrimiento y tortura. Leerlo -al contrario de lo que se puede pensar-, no produce una sensación deprimente ni melancólica, en él hay siempre coraje, orgullo y el honor de seguir siendo humano en ese infierno.

Dedicando su vida a relatar su historia, Shalamov quiere hacer participar al lector de todo aquello que hay que preservar del alma humana. Leer sus páginas es, de algún modo, salvar todo aquello que él ha creído toda su vida, en eso también está la confirmación del bien. Un bien cotidiano, gestos de bondad que nacen de actuar en conciencia -que el escritor ruso muestra en pequeñas dosis a lo largo del relato- lejos de cualquier idea genérica por la cual sacrificar todo lo demás (bastantes barbaridades se han hecho en nombre de una idea).

En este sentido, no quiere sólo mostrar todo lo malo, bárbaro y cruel que puede llegar a ser el hombre sino que quiere traer el siguiente mensaje a la humanidad: ésta dañada tierra puede gestionarse de otro modo, nosotros -los seres humanos- somos diferentes.

Al límite: frío y trabajo inhumano

El sistema soviético usaba dos herramientas para matar: el trabajo inhumano y el frío.

En su libro, Varlam explica que en las barracas tenían un sistema casi científico para determinar la baja temperatura (en ausencia de termómetros): si te rascaba la garganta, -30ºC; si escupías y -en el trayecto- la saliva se congelaba, -40ºC; y si ocurría lo mismo con el orín, -50ºC.

En los gulag, los prisioneros trabajaban en condiciones durísimas y durante 12, 15 ó 18 horas al día construyendo vías de tren, canales para ríos, minas o talando de árboles. El único modo de sobrevivir en esa situación era la automutilación. Se cortaban un dedo de la mano o el pié, se herían con el pico en la cara, se autolesionaban simulando un accidente con tal de ir al hospital y tener al menos unos días de descanso, calor y comida.

Su principal satisfacción: no ser un delator

De todos esos años, Shalamov está orgulloso de una sola cosa: no haber traicionado nunca a nadie. El sistema comunista, según Varlam, "te procesaba por motivos nimios, ridículos y risibles: ‘has introducido una pieza de hierro en la máquina de una industria y por ello has boicoteado la industria soviética’; o ‘has escuchado las conversaciones del vecino y las has difundido en un contexto antisoviético’”.

Shalamov dice que "los comunistas te pedían siempre autorizar el régimen soviético o fusilarte. No había alternativa. O aceptabas el sistema o te caían 20 ó 30 años sin motivo. Tenían que construir formalmente la culpa porque no había ninguna acusación".

En ese contexto, muchos rusos se vieron obligados a denunciar a sus paisanos con tal de salvar la vida y satisfacer al régimen. No haber traicionado a nadie constituyó su principal satisfacción, no tanto su carrera literaria sino haber conseguido defenderse en el infierno.

El dilema: familia o pasado

Al recobrar la libertad, Varlam se encuentra con su mujer pero ella le pone una condición para seguir juntos: cancelar esos 20 años de su vida, pasar página a su pasado, dejar de ser escritor. Pero él no se siente capaz de renunciar a su pasado, su identidad. Pasará el resto de su vida escribiendo sobre el gulag obsesionado en hacer comprender al mundo hasta qué punto puede llegar el hombre y cómo se puede luchar contra eso.

Irá a vivir solo en una casa de difícil acceso, en la periferia de Moscú. Vivirá con enorme tristeza el hecho de no poder contar con su familia. Pero, por encima de esto, el dolor más grande de su vida será el rechazo de su hija. Un día, las personas que rodean al escritor van a buscar a su hija pero al nombrar a su padre ella les cierra la puerta de su casa diciendo "ese hombre no lo conozco". No quiso saber nada de él porque su padre había escogido su conciencia antes que su familia, había arriesgado su vida por su causa que sólo había traído a su familia miseria, disidencia, marginación, miseria y ausencia de un padre.

Para él, el único modo de ser padre era conservar su conciencia –que lo había llevado a no denunciar, a no traicionar- y su actitud libre e íntegra. Un padre sin conciencia era peor que ser padre. La actitud de su hija le infligió a Varlam un profundo dolor. Le dolió saber que ella no había considerado sus palabras como una herramienta útil también para si misma. Y él moriría con ese sufrimiento.

En la cuarta entrega recogemos dos historias del libro Relatos de la Kolymá

1 comentario

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Se que es dificil para ti pero también para tu madre, es un tema bastante complicado...

Eso es Clarii, tu sé como eres coño!! raperilla forever jajaj
*_*