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Relatos

El lapiz y el dibujo

El lapiz y el dibujo

 

[Imagen de gettyimages.com]

Un día más, Javier se encontraba solo en la oficina. A las seis y media el grueso del equipo había ido desfilando uno tras otro con los preceptivos ‘hasta mañana’. Su secretaria y alguno de sus ayudantes soltaron el boli pasadas las siete. Levantó la vista de su portátil con satisfacción. Había llegado la hora de conectarse alchat.

Hacía cosa de un par de meses Rodrigo, uno de los managers, le había convencido de lo fácil que era encontrar un ligue por Internet. Pero no en cualquier chat sino en una especie de agencia matrimonial cibernética donde te dabas de alta y por diez euros al mes podías conocer a la gente más afín a tus intereses.

Javier era uno de esos directivos casados que no encuentran el camino de casa y se pasan el día en la oficina y, si salen de ella, van al bar con los amigos o, como en el caso de Javier, a una cita con su amiga virtual que hoy dejaría de serlo.

Salió a las ocho. Se sorprendió de salir a la calle iluminada con los últimos rayos de sol.

Encontró su calle a la primera, número 245, 3-2. Le abrió la puerta de su piso una sonriente belleza rusa llamada Jana. En ese mismo momento, en su casa, su mujer estaba bañando al pequeño de su saga de cuatro hijos y el tercero, Lorenzo, estaba en el comedor dibujando con la mesa llena de lápices de colores.

A las once de la noche Javier entró en su domicilio sin hacer ruido y como una pantera atravesó el comedor a oscuras. Un lápiz olvidado por Lorenzo le hizo resbalar y por poco que no se rompe la crisma. Repuesto del incidente, que no había despertado a nadie, abrió la luz del comedor. En el centro de la mesa se encontraba el dibujo aún por colorear de Lorenzo. En él estaban de pie su mujer acompañada de sus cuatro vástagos. Él estaba ausente. Repasó una por una las caras sonrientes dibujadas por su hijo y no pudo reprimir una honda y sincera tristeza y vergüenza de si mismo. Él no participaba de esa felicidad, de esa infancia, hacía tiempo que había dejado de ser padre.

 

Vive sin miedo

Vive sin miedo [Imagen extraída de Flickr]

Cada día a la salida del colegio el abuelo de Pedro esperaba pacientemente a su nieto para recorrer juntos el camino de vuelta a casa. Su abuelo se interesaba por cada pequeño detalle de la vida de Pedro. Se aprendió enseguida los nombres de sus compañeros, los que le eran más afines, los que procuraba evitar o cuales eran sus juegos preferidos.
Poco a poco fue Pedro quien le contaba por iniciativa propia las peleas, amistades y conflictos del día a día. Así pues en pocos meses la opinión sobre su abuelo cambió radicalmente: contaba con él, lo hacía participar de su vida y su opinión siempre era importante para él.
Cuando Pedro cumplió diez años ya era mayor para moverse solo y su abuelo dejó de acompañarlo. En ese momento no se dio cuenta pero echaría en falta la presencia constante y paciente de su abuelo. En los años que siguieron se fue aislando cada vez más. Los compañeros de juegos de la infancia estaban muy raros: hacían grupos, buscaban alguien a quién criticar y no eran transparentes con él.
En esa etapa el abuelo fue hospitalizado y cuando en los próximos meses regresó a su casa había perdido la movilidad de forma que la única forma de verle era hacerle visitas.

Esperaba reencontrar un abuelo cambiado, más irascible y pesimista pero en sus ojos sólo veía gratitud y agradecimiento por la compañía. Tenía la impresión que el visitado era él. Al contrario de otras personas mayores su abuelo nunca se quejaba de sus limitaciones y no le aburría con monólogos de su vida. Así que como si el tiempo no hubiera transcurrido su abuelo siguió interesándose por los problemas de Pedro. Cada domingo por la tarde cogieron el hábito de verse y tomar un café con deliciosos dulces suizos de chocolate.
Hablaban de los exámenes, de las chicas, del equipo donde jugaba, de elegir profesión,…
Una tarde cualquiera Pedro entró y escuchó la voz débil y apagada de su abuelo que lo llamaba desde su habitación. Postrado en la cama el brillo intenso de los vidriosos ojos de su abuelo le contaron que quizá era la última visita que le haría.
- ¿Tienes miedo a la muerte, abuelo? – El abuelo sonrió y con tranquilidad sentenció:
- Si algo he aprendido es que por encima del temor a la muerte está el miedo a vivir. Mira, hay algo que quiero darte. Abre el primer cajón de la cómoda. Encontrarás un sobre…

Querido Pedro, por tu decimoquinto cumpleaños he recopilado en este libro quince historias que hablan del miedo a vivir, a tomar decisiones, a correr riesgos, a asumir responsabilidades.
La primera de ellas es la historia de una chica que por amor decidió moverse a la ciudad de su pareja cambiando de país, trabajo, entorno. Fruto de esa relación naciste tú.
No tengas miedo a …
… ser criticado cuando los demás te tengan envidia.
… a ser tu mismo incluso cuando te odies a ti mismo y no puedas aceptarte.
… amar ni a ser rechazado.
… a perder, al fracaso, a que se acaben los momentos felices
... a expresar tus sentimientos, a dialogar, a ceder, a rectificar o pedir perdón.

El miedo paraliza, no dejes que te condicione. Para disfrutar de la vida hay que vivirla. Intenta convertir las preocupaciones en oportunidades, las dudas en reafirmaciones. Y los sueños… No te obsesiones por realizarlos sino en caminar hacia ellos.

Una copa de cava

-          ¿Quiere una copa de cava señor? – dijo la joven camarera irrumpiendo en la terraza.

-          No quiero nada – dijo él con voz carraspeante volviéndose hacia ella.

Bueno, sí, no quiero tener que volver adentro, estoy mucho mejor aquí fuera tomando el aire.

-          Pensé que le apetecería tomar algo después de tanto rato aquí fuera.

 

Era una estudiante de magisterio y vivía en la ciudad en un piso de estudiantes; los fines de semana volvía a su pueblo natal para ver a sus padres y a su novio. Era una chica alegre muy despierta y entusiasta. Él era agente de seguros. Estaba en una difícil etapa de su madurez, era un hombre gris y algo amargo.

 

-          Estoy un poco harto de los cotillones de fin de año, me parece ridículo pasar la noche soplando estos pitos que se enroscan y desenroscan o llevar encima estos estúpidos sombreritos de cartón…

-          Sí, a mi tampoco me gustan las fiestas que hay que celebrar tanto si se quiere como si no. Por eso suelo buscar trabajo en fin de año. Además se paga bien.

-          ¡Es que no tengo nada que celebrar! Tampoco tengo nada de qué lamentarme. Simplemente no siento ni el más remoto deseo de hacer el capullo en una discoteca tirando confeti en el escote de una compañera de trabajo o acabar la noche riendo los chistes verdes de una amiga de mi señora.

 

Se labró un silencio cómplice entre los dos ante el que él se sintió más incómodo que ella.

 

-          ¿No tendrías que volver a trabajar?

-          Ya estamos terminando, me han dicho que recoja la terraza. Además, cuando se vayan todos los clientes tengo todo el tiempo del mundo durante la mañana para hacerlo.

 

Quizá fue la aroma de intimidad que se había creado en un momento entre ellos, quizá la frescura burbujeante del cava o la fermentación de ideas resultado del largo rato que llevaba reflexionando. Sea como fuere, finalmente se animó a compartir con ella sus inquietudes.

 

-          La gente no suele hablar de estas cosas pero qué más da. Las fechas navideñas y el fin de año se prestan a replantear las cosas, ¿no crees? – le dijo mientras la miraba sinceramente a los ojos.

¿Sabes? Llega un momento en qué los sueños y proyectos de la juventud se olvidan y no se realizan jamás. Uno se da cuenta que no es ese quién deseaba ser y acaba por zambullirse en la mediocridad imperante. En la pareja sucede lo mismo, se termina por tropezar una y otra vez con los defectos del otro y los de uno mismo. Lo peor de todo es que ya nada es capaz de llenar ese vacío. Simplemente dejamos de ser jóvenes y nos resignamos a ir tirando mintiéndonos a nosotros mismos creyendo que “la vida es así” y que lo que soñamos no existe. Nos sentimos muy orgullosos de ser prácticos y responsables, pero si eso es madurar preferiría no madurar nunca.

-          Qué triste debe ser sentirse así. Todos podemos evolucionar. Además yo no creo en el fracaso, no soy pesimista. Simplemente me siento muy afortunada de todo lo que tengo y me acepto como soy. Si me ocurre algo malo intento ver lo positivo y levantarme otra vez. Cuesta ver algo nuevo, parece que cada día sea igual al anterior pero si uno sabe pararse y observar siempre hay algo que conecta contigo y te quiere decir algo.

-          ¡Ojalá tengas razón! Me inspira mucho todo lo que dices. No se por qué te estoy pegando este rollo a ti. Me doy lástima a mi mismo. Sin embargo, cada día que paso en mi trabajo siento como un pedazo de mi alma se evapora. ¿Pero tengo derecho a pedir más? Tengo familia, salud, me puedo mantener…

-          Claro. ¿Eres feliz? Todo el mundo tiene derecho a ser feliz. Quizá haces un trabajo monótono y poco creativo. Yo cuando sea maestra intentaré hacer más entretenidas las asignaturas a mis alumnos. Creo que se aprende más si uno se divierte. Mira, te voy a contar una cosa que me ocurrió…

 

Pasaron los minutos, se sucedieron las canciones y las copas. Varias parejas, escogieron la estimulante terraza en vez de la agobiante discoteca. La constelación de luces lejanas ayudaban a ubicar la ciudad de donde venían y por la que por momentos se habían abstraído para divertirse y ahuyentar por unas horas sus problemas, esperanzas, alegrías o sinsabores. Las palabras optimistas de la camarera le ayudaron a entrar con buen pie en el nuevo año. Quién sabe, quizá con otra actitud este sería su mejor año.

El Barrendero

El Barrendero

[Un homenaje a los trabajadores de la limpieza]

Benito salía cada noche a limpiar las calles de su barrio. Primero iba con sus compañeros con el camión a recoger las bolsas de basura desperdigadas por las entradas de las casas. Más tarde se repartían unas cuantas calles cada uno para barrer las zonas más sucias.

Esa semana le tocaba la zona oeste. Un par de noches en el mismo portal había encontrado a una pareja de novios besándose y dándose arrumacos ajenos a todo.
Sin embargo esa noche sólo encontró la chica. Estaba sola, llorando. Pasó barriendo a una distancia prudencial cuando la chica le alargó el pañuelo de papel, con el que se había secado unas lágrimas, para que lo tirara.

- Es por él que lloras? - sugirió él.
- Sí, no se nada de él, hace mucho rato que le espero y ponto tengo que entrar en casa.
Cada noche estamos aquí y hoy era la última noche que podíamos estar juntos.
La semana que viene se va a Méjico y quizá no le veo en un par de años.
Su padre tiene unos negocios allí.
Se fijó que apretó el puño en pronunciar estas palabras.
-Qué llevas allí?
-Un llavero, nos lo hicimos el otro dia, él tiene uno igual.

Dejó a la chica con sus pensamientos puesto que creía que no podía hacer nada más por ella que escucharla.
Sin embargo, dos o tres calles más allá vió resplandecer un objeto en un rincón y para su sorpresa encontró el mismo llavero que había visto en la temblorosa mano de la chica.
Lo cogió y lo guardó en un bolsillo.
Oía voces a la siguiente esquina. Más adelante oyó pisadas rápidas y forcejeos.
Finalmente encontró a un chico herido por un fuerte golpe en la cabeza, inconsciente.
Supuso que era el novio de la chica y que lo habían atracado allí mismo. Llamó a una ambulancia y cuando llegaron las asistencias volvió al portal de la chica. Estaba vacío.
Miró hacia los pisos que se levantaban encima de su cabeza y la vió.
En el tercer piso una chica miraba a través de la ventana. Agitó el llavero como un poseso hasta que ella, que aún pensaba que vería aparecer a su chico por ahí, le vió.
La acompañó hasta la ambulancia y los vio partir juntos.

Semanas más tarde cuando le volvió a tocar la zona oeste tenía una nueva amiga que le esperaba con una bolsa negra de la basura en la mano.
-Suele echarla mi padre, pero a partir de ahora lo haré yo.
Mi novio está bien, gracias a ti sólo fue un susto.
Le dio un abrazo y se alejó con una sonrisa.

Ciudad inhóspita

Ciudad inhóspita Un niño y su abuelo, dos personas, dos mundos conectados por el vínculo del cariño y la atracción simbiótica entre curiosidad y experiencia.
Vivían en casas y poblaciones distintas, el niño en la gran ciudad mientras que el abuelo se había retirado en un pueblo donde no molestaba ni era molestado por nadie.

A Pedrito le gustaba ir al pueblo a ver a su abuelo.
Allí era libre de corretear entre las calles, conocer a las personas que encontraba, perseguir o descubrir nuevos insectos bajo las piedras cerca del río donde se mojaba los pies.
Cuando volvía a la casa de su abuelo, aún con el corazón palpitando y alguna que otra rascada en la pierna, necesitaba un tiempo para acostumbrarse a la oscuridad.
Poco a poco, al ir recobrando la vista, identificaba uno a uno los objetos que llenaban la casa.
Cada uno le parecía único y con significado propio, con vida. El vestíbulo era todo de madera. Había bastones rectos de haya, una antigua máquina de coser con su característica rueda que giraba en pisar el pedal, un baúl lleno de manteles y ropas blancas, una mesa robusta donde su abuelo arreglaba relojes viejos y jugaba con martillos y alicates.

Un montón de recuerdos le unían a su abuelo. Pero uno de los más especiales era que, cuando hacía frío y las montañas estaban nevadas, su abuelo lo sentaba en sus rodillas y le contaba algún secreto. Por ejemplo, que por la noche la mesa se desperezaba y se sacudía las herramientas para hacer unas cuantas flexiones mientras el armario hacía lo propio con sus puertas, mientras la vieja radio se ponía romántica y cantaba una vieja canción a la luz de la luna. Entonces del baúl salían un par de vestidos que resultaban ser los pijamas de sus abuelos y se ponían a bailar dando giros a un palmo de tierra enfocados por un atenuado cono de luz que salía de la vieja bombilla.

Lejos le quedaban a Pedrito las cosas de la ciudad: su escritorio lleno de revistas y juguetes, la consola, la TV, el móvil, sus escurridizos vecinos o los aburridos niños del colegio que no tenían imaginación. A él le sobraban ideas y si se aburría, siempre podía rescatar mentalmente el pueblo, la casa, los objetos en la noche, la dulce libertad que deberían ofrecer nuestras ciudades pero que cada día son más inhóspitas para los que se atreven a jugar en la calle. Y luego dicen que los pueblos son aburridos.

Cámara de seguridad

Cámara de seguridad

Trabajaba por una empresa de seguridad en el metro de su ciudad. Controlaba las imágenes de las cámaras de la estación en una solitaria sala llena de monitores. Hacía turnos regulares siempre de 08:00h a 16:00h.

Durante sus largas horas de observación sólo de vez en cuando detectaba actitudes sospechosas que debía comunicar de inmediato a los de seguridad. El resto del tiempo lo dedicaba a pasear la mirada por los monitores intentando identificar a las personas que salían del tren y como piezas de cadena de montaje, eran depositadas en el vestíbulo por las escaleras mecánicas. Uno a uno los rostros desfilaban por delante de la cámara y conseguía recordar algunos que regularmente volvían a aparecer al día siguiente.

Para romper la monotonía, se imaginaba las vidas de esas personas: de donde venían, a donde iban, su trabajo...
A veces, mientras los observaba en el andén esperando su tren, descubría algún detalle que le dibujaba su característica sonrisa autocomplaciente de buen observador.
Le encantaba descubrir pequeños hábitos, como por ejemplo si cambiaban de ropa cada dos días o se lavaban el pelo los miércoles.

Le gustaba revivir cada día las mismas sensaciones, le daban sensación de control y seguridad. Veía llegar siempre a la misma hora a una madre que seguramente acompañaba su hijo a la guardería o veía correr desesperadamente a un chico con una mochila en la espalda que probablemente tenía mala combinación y no podía ahorrarse su carrera diaria por los pasillos.

Sin embargo, todos los días esperaba ver aparecer por la escalera mecánica algún rostro nuevo que le llamase la atención. Ayer se fijó en una chica joven, pelo oscuro largo y suelto, camiseta blanca, tejanos largos y zapatos blancos que dejaban ver unas uñas pintadas del mismo color. Le transmitía seguridad e inteligencia. Sin embargo, su cuidada imagen y su semblante serio le transmitían distancia.

A veces se preguntaba cómo sería conocer en persona a toda esa gente que se habían convertido en personajes de la película que le proyectaban a diario sus monitores. ¿Serían muy distintos a cómo se los imaginaba? Por el momento, se limitaba aprovechar lo que le proporcionaban: estudiaba minuciosamente lo que cada uno de ellos le transmitía, observaba sus propias reacciones ante un rostro o una mirada, como había hecho con esa chica.

Y pasaba las horas contemplando el dinamismo de su ciudad, el paso del tiempo en fracciones de ocho horas, en retales de vidas en movimiento sin sentido puesto que para él, eran cómo hormigas atareadas que van a trabajar.

Diario de un immigrante.

Diario de un immigrante. 11 Julio
Esta semana nos toca currar en el metro. Prefiero trabajar al aire libre aunque después de dos semanas en el andamio no va mal resguardase un poco del sol.
El verano es la época de más trabajo en la obra ya que todos se lanzan a construir casas nuevas o hacer obras en carreteras, metros y calles.
Así que aprovecho, no viene mal un sobresueldo. Desde que vine de Ecuador que no he parado quieto ni un momento.
Durante el año trabajo en la jardinería, los fines de semana la hostelería y la construcción durante los veranos.

13 Julio
Hoy hemos trabajado en el pasillo que une Ferrocarriles y Línea 5. Es uno de los puntos más concurridos de viajeros.

Es curioso trabajar en el pasillo del metro y ver a todos los viajeros atareados con la cara seria y observar su particular forma de andar haciendo un slalom en su carrera entre tren y tren.
A primera hora veo algunos paisanos míos, con cara de sueño, que van a trabajar como yo y me los encuentro otra vez exhaustos en la hora de retorno a casa.
Me siento orgulloso porqué trabajamos y salimos adelante. No veo ninguno de nosotros tirado en la calle pidiendo dinero, nos lo ganamos con nuestro sudor y con él alimentamos nuestras familias del otro lado del charco.

15 Julio.
Hoy mientras cargaba con dificultad un saco de arena he escuchado una voz. Llegaba del pasillo. Era voz de mujer. Me era muy familiar.
Era como el canto de una sirena para un marinero, la voz de una radio en medio del desierto o el mar...
Era una melodía que hilvanaba directamente con la fibra sensible de mi corazón. Me reportaba a mi tierra.
Segundos después conseguí ver de donde procedía, era una chica de mi país, era agradable trabajar así.
Cuando terminó de cantar me acerqué, intercambié unas palabras con ella, estaba encantada de hablar con un paisano y quedamos para el fin de semana.
Había leído en sus ojos la emoción del reencuentro, de sentirse otra vez en casa.

El corazón mas hermoso

El corazón mas hermoso [Relato Anónimo]

Un día un joven se situó en el centro de un poblado y proclamó que él poseía el corazón más hermoso de toda la comarca.
Una gran multitud se congregó a su alrededor y todos admiraron y confirmaron que su corazón era perfecto, pues no se observaban en él ni máculas ni rasguños.

De pronto un anciano se acercó y dijo: "¿Porqué dices eso, si tu corazón no es ni tan, aproximadamente, tan hermoso como el mío?
Sorprendidos la multitud y el joven miraron el corazón del viejo y vieron que, si bien latía vigorosamente, estaba cubierto de cicatrices y hasta había zonas donde faltaban trozos y éstos habían sido reemplazados por otros que no encastraban perfectamente en el lugar, pues se veían bordes y aristas irregulares en su derredor. Es más, había lugares con huecos, donde faltaban trozos profundos.

El joven contempló el corazón del anciano. "Debes estar bromeando," dijo. "Compara tu corazón con el mío... el mío es perfecto. En cambio el tuyo es un conjunto de cicatrices y dolor."

"Es cierto," dijo el anciano, "tu corazón luce perfecto, pero yo jamás me involucraría contigo... Mira, cada cicatriz representa una persona a la cual entregué todo mi amor. Arranqué trozos de mi corazón para entregárselos a cada uno de aquellos que he amado. Muchos a su vez, me han obsequiado un trozo del suyo, que he colocado en el lugar que quedó abierto. Como las piezas no eran iguales, quedaron los bordes por los cuales me alegro, porque al poseerlos me recuerdan el amor que hemos compartido."
"Hubo oportunidades, en las cuales entregué un trozo de mi corazón a alguien, pero esa persona no me ofreció un poco del suyo a cambio. De ahí quedaron los huecos. Dar amor es arriesgar, pero a pesar del dolor que esas heridas me producen al haber quedado abiertas, me recuerdan que los sigo amando y alimentan la esperanza, que algún día, quizás, regresen y llenen el vacío que han dejado en mi corazón."

¿Comprendes ahora lo que es verdaderamente hermoso?"
El joven permaneció en silencio, lágrimas corrían por sus mejillas. Se acercó al anciano, arrancó un trozo de su hermoso y joven corazón y se lo ofreció.
El anciano lo recibió y lo colocó en su corazón, luego a su vez arrancó un trozo del suyo ya viejo y maltrecho y con él tapó la herida abierta del joven.
El joven miró su corazón que ya no era perfecto, pero lucía mucho más hermoso que antes, porque el amor del anciano fluía en su interior.

Mujer de la limpieza.

Tercera planta. Voy al cuarto donde tenemos los productos de la limpieza. Cojo todo el material para limpiar. Hoy toca limpieza de habitaciones: sacar polvo, barrer polvo, limpiar cristales y vaciar papelera. Entro en la 317. Es de un chico. La cama hecha, los zapatos ordenados. En la mesa un portátil, material de oficina y contra la pared en una plancha de madera hay una docena de fotos. Mientras paso el trapo del polvo me entretengo a mirar una foto que aún no había visto antes. Parece ser el chico con su novia. Está cuidadosamente metida en un porta fotos transparente donde en una esquina hay una foto carné de ellos dos. La foto de la pareja parece estar hecha en un restaurante, una cena. Me lo estoy imaginando.

Él viste una camisa blanca con rayas verticales grises delgadas y separadas que se compró con su madre. Ella una camiseta también blanca pero con rayas horizontales alternadas rojas y azul oscuro, muy elegante. Lleva pendientes de bolitas blancas de distintos tamaños distribuidas a lo largo de un hilo. Tendrán unos veinte años los dos. Quizás él está aquí de paso. Ésta es una residencia de estudiantes y algunos vienen de fuera. Las demás fotos son postales de las principales ciudades del país. También hay una foto de su familia. Sus padres muy señores sentados en dos sillas en el balcón de un piso. Sus dos hermanas de pie detrás.

Me gusta imaginar las vidas de los chicos que viven aquí a través de sus fotos. No toco nada, no me llevo nada. Sólo dejo volar mi imaginación a través de unas imágenes que significan mucho para ellos y llevan allí donde les lleva el destino. Soy una mujer silenciosa. Notan mi presencia cuando llegan a sus habitaciones porqué todo está más limpio y algunas cosas han cambiado un poco de sitio. Es un trabajo solitario pero no estoy sola. Me acompaña el recuerdo de mis historias cada vez que cierro la puerta de una habitación se abre otra dentro de mi. Ahora cierro la 317 y se abre en mi mente una puerta donde un chico está comiendo alegremente con una chica, mmm, me parece oler un conejo con orégano…

Al otro lado del cristal.

Al otro lado del cristal.

Ella estaba muy enamorada de Él y Él de Ella. Se habían visto por última vez hacía mucho tiempo. El tiempo. Dicen que cuando uno lo pasa bien vuela pero que, caprichosamente, en los momentos críticos se entretiene.

Sino, piensa un momento en tu infancia. ¿No te parecen eternos esos años de la infancia? El cole. Llegar a las 9 y llegar a casa a las 17:45h, buffff... una eternidad. Cada hora de clase se hacía larguísima, interminable, soporífera, densa, pesada...
Si la profesora nos hacía permanecer en silencio 1 minuto, no aguantábamos ni 15 segundos hasta que a alguien se le escapaba la risa.

Quizá te has enamorado alguna vez. ¿Cuánto duró la emoción del primer beso? ¿Y la consternación al recibir una noticia terrible?¿Y el mejor viaje de tu vida? ¿Y la tristeza por la muerte de alguien muy especial?¿ Y la explosión de emoción del estadio de futbol de tu equipo favorito al marcarse un gol en el último minuto? ¿Y el terror o miedo antes de descubrir el origen de unos pasos, señales sospechosas...?¿Y la satisfacción por haber aprobado el exámen de conducir?

Eso mismo pensaba Ella, qué relativo era el tiempo. Durante varios meses había conocido a un chico increible y ahora, hacía 2 meses que no le veía. Durante este tiempo muchos recuerdos en forma de imágenes habían poblado su mente, su corazón, su dia a dia, su vida. Había guardado fotos, escritos, mails, cartas, pequeños detalles suyos como tickets de museos, entradas de cine, cualquier cosa que tuviera que ver con Él.

Hoy, el dia le deparaba una nueva imagen sorprendente. Se levantó de la cama y, como cada mañana se fue al baño... Se desnudó y, al mirarse al espejo, le vió. En vez de ver el reflejo soñoliento de una chica joven vio el torso desnudo de un chico: Él. Abrió y cerró sus párpados varias veces y la imagen no desaparecía. Cerró la puerta del baño y al volverse hacia el espejo, Él seguía ahí. Estático y con los brazos estirados, inmóvil. Ella se acercó al cristal poco a poco. El escaso metro y medio que les separaban tardó en cubrirlo un par de minutos. Muy lentamente sus cuerpos se fueron acercando hasta estar a escasos milímetros uno de otro y, sin embargo, tan lejos. ¿La fina capa de un cristal? ¿Cómo de cerca estaban, existía el tiempo o el espacio para ellos o siempre que estaban juntos, uno delante del otro, el tiempo parecía pararse y el espacio no ir más allá de sus bocas, sus rostros y sus cuerpos?

Entonces, Él, empezó a moverse y sus movimientos se coordinaron con los de Ella. Levantaron sus manos hasta ponerlas unas delante de las otras, acercaron su caras, giraron sus cuellos hasta que podía dibujarse un dulce beso entre ellas, cerraron sus ojos y... Al principio Ella sólo notaba el frío cristal del espejo pero, poc a poco, se fue calentando, pareciéndose a la temperatura de los labios de Él tal y como los recordaba. Incluso el cristal parecía menos duro. No sabía cuanto tiempo estubo ahí, pegada al espejo, soñando en atravesarlo para ir al espacio perdido detrás del espejo que tantos niños han intentado acceder rompiendo todo tipo de espejos y encontrando, decepcionantemente, un negro metal opaco, duro, oscuro, cerrado e inaccesible. Parecía que en ese espacio imaginario estaba Él. Pero eso nunca lo supo ni le importaba. No trataba de encontrarle en un sitio. Su mundo no entendía espacio y tiempo: Él llenaba su corazón y Ella el de Él, no importaba donde ni cuando estubieran. Sólo sabia que junto a él o a su recuerdo, Ella vivía con otra intensidad, sometida a otras vibraciones.

Separó los labios del cristal y volvió a ver su rostro, el reflejo soñoliento de una chica joven. Sin embargo, noches después, se convenció a si misma que no sólo había notado un frío cristal pegado a sus labios sino creía haber notado el tacto suave unos labios y una juguetona lengua... la de su amado.

Se volverían a ver. Habían pasado muchos meses pero estaban más enamorados que nunca. Se habían dado cuenta que lejos o cerca nunca nada y nadie harían olvidarse el uno del otro. Por más kilómetros que les separaran, el recuerdo del otro estaba tan cerca como estan los dedos de tu mano de su reflejo cuando pones la palma de tu mano contra el espejo de tu baño.

 

 

Una estrella y un niño: Feliz Navidad a todos

Una estrella y un niño: Feliz Navidad a todos

Bienvenido/a, cuando era pequeño y venia la Navidad siempre me contaban lo que era con un cuento que recuerdo más o menos así:

Hace muchos años, tantos como marca el calendario, en un país del lejano Oriente, había unos magos observando el cielo. Eran muy sabios pues vivían observando todo lo predecible aunque no les inquietaba el devenir sino estar preparados en cada momento para afrontarlo tal y como viniese. Observaban las hormigas, las moscas y otros insectos para predecir tormentas, así hacían con las nubes y los vientos. Por la noche no dejaban de estar atentos, solían viajar de noche y las estrellas eran su carta de navegación. Eran gente que vivía el presente, se preocupaba por las cosas sencillas. Para conseguirlas, para subsistir, muchas veces tenían que mudarse, eran nómadas. En esencia eran observadores y estaban preparados para un lago viaje, una época de escasez o superar un nuevo contratiempo.

Así fue como una noche vieron aparecer una estrella muy brillante que no habían visto jamás. Se movía como navío surcando la mar, dejando a su paso un polvo dorado incandescente. Eran gente del desierto y sabían que ese tipo de señales eran raras y quizá nunca en la vida volverían a verla. Así que no la dejaron escapar. Viajaron día y noche, su expectación iba en aumento pues rara vez habían viajado tan lejos hacia donde se pone el sol. Se cuidaron que la estrella no ganara el horizonte antes que ellos. Así fue como una noche, hace muchos inviernos, llegaron a una humilde aldea donde la estrella se detuvo.

En los exteriores del pueblo, después de cruzar pastos de ovejas llegaron a un establo. Un grupo de pastores y ganaderos habían acudido también a la llamada de la estrella. Allí mismo, entre el ganado, acolchado con paja y un manto había un niño bajo el atento cuidado de sus jóvenes padres. Cuando vio a los tres sabios sonrió y arrancó a reír...


Pere Tarrés (sacerdote y médico) decía algo así como:
“Navidad es el día de todos los niños: ha nacido su modelo, el que trae el Amor, el hermano mayor de todos nosotros que también hemos sido niños. Ha nacido el amigo inseparable, el enamorado guarda de la infancia.”

Como todos los cuentos hay símbolos que hay que interpretar.
La estrella es una señal que nos avisa de algo importante.
Los tres Reyes Magos representan a todas las razas, representan la humanidad. Están atentos a las cosas importantes de la vida que a veces pasan desapercibidas. Jesús nació con los pobres pero feliz, dando alegría y un mensaje de paz desde el primer momento.
Años más tarde daría su mensaje de Amor a sus amigos: “Amaros los unos a los otros como yo os he amado”, para que lo transmitieran a todo el mundo. Y así, hasta hoy, ahora leyendo éste cuento te puede llegar la sonrisa de un niño pobre pero muy agradecido y que sólo quiere darte una cosa: PAZ y AMOR. Palabras que nos son familiares éstas fechas pero que, más que nunca, hay que llenar de significado.

Un poco de luz a un día gris

Un poco de luz a un día gris

Querida Elisa, mi querida esposa:

Era un día cualquiera, más bien soso, sin nada especial, aburrido, monótono. Estábamos muy cansados: muchas semanas sin apenas descanso. El runrún, la rutina gris. No sólo eso: la acumulación de pequeñas frustraciones, discusiones inútiles, detalles del día a día que se desajustaban, conversaciones rápidas, breves y de poca calidad, pocas horas de sueño y muchas de atascos.

Te había ido a buscar al trabajo en coche. Al fin llegamos al piso. Abrí la puerta. Tras la vuelta entera de la llave en la cerradura para cerrarla, mis sensaciones cambiaron por completo. Me invadió una sensación de liberación y confort.

No fue nada premeditado, se me acababa de ocurrir mientras conducía. A veces, acumulo energía negativa y, para restablecer el equilibrio, tengo una idea y, si la ocasión lo permite, la desarrollo tal como sale.

En ese instante, sin pasar del recibidor, te saqué el reloj y a la mínima queja, exclamación o atisbo de pregunta te solté:

- Mientras veníamos con el coche he tenido una idea. Confía en mi.

Confiaste en mi. Dejaste todos tus bártulos ahí mismo. Te quité el abrigo, te desanudé la bufanda. Tu mirada estaba llena de perplejidad pero tu sonrisa delataba curiosidad. Deposité un beso que acarició tu frente al sacarte el gorrito de lana que abrigaba tu pelo. Pieza a pieza, iban cayendo al suelo: el abrigo, la bufanda, el gorrito... Cada una hacía su ruido y marcaba un ritmo. Llevabas una camiseta blanca, como yo, así estaríamos cómodos.

Te llevé hasta la puerta de nuestra habitación. Entré, abrí bien las persianas y cerré las cortinas blancas de modo que entrara mucha luz. Sentados sobre nuestros pies, encima de la cama, nos miramos. Te cerré los párpados con una caricia con los pulgares. Yo mismo cerré los ojos. Silencio. No se si pasaron segundos o varios minutos. Nos escuchábamos la respiración. Mi espalda erguida no iba ni atrás ni caía hacia delante, el equilibrio era total, un leve balanceo me ayudaba a concentrarme y a permanecer activo.

Cuando encontré un poco de energía abrí de nuevo los ojos y enredé las yemas de los dedos en tu cabello. Mis manos eran como dos pulpos en plena actividad encogiendo y estirando los dedos, dándote un masaje.

Lentamente me situé donde antes, extendí los brazos y pregunté.
- ¿ Puedes darme el abrazo más lento de la historia ?

Recorrimos poco a poco el camino marcado por nuestros brazos. No podrás recordarlo porqué me acabo de inventar toda esta historia a partir de una foto. Pero, cómo te has sentido, cómo habrías reaccionado? qué te sugiere?

Tu marido, Enrique.

Estallido

Estallido Una embriagadora felicidad le regocijaba el corazón. Una liviana sensación le subía por el estómago hasta tensar sus músculos faciales fijándole una sonrisa tonta y permanente. Estaba borracho de alegría, loco de contento, la adrenalina a tope, en el séptimo cielo. ¿Y todo, por qué? ¿Estaba enamorado? Mucho más que esto. ¿Correspondido? A ver, no nos pasemos, eso es casi imposible que suceda y hasta que no me pase a mi yo no me lo creo.
Tenía una razón. Una sola imagen poblaba su cabeza, su imaginación entera, no había nada más. Solo sabía que estaba muy bien, seguro de que la vida le sonreía y, por ello, él le devolvía la sonrisa. Esa imagen era próxima, se sentía unido a ella por lazos de un cariño protector de las hostilidades de la vida. Ella. La chica que él amaba no sólo le había mirado a los ojos largamente (o así se lo había parecido) sino que había girado levemente el cuello mostrándole su mejilla izquierda para que él estampara dulcemente un sonoro beso. Una señal, una concesión, un gesto cotidiano para muchos pero especial en su caso. Había sabido interpretar sus aspiraciones, sus deseos y, a modo de premio, le había facilitado un primer contacto entre sus labios y ella.
Volvía a su casa a paso ligero, al trote, haciendo sonar las llaves que se meneaban dentro de su pantalón. Escuchaba música en su MP3. Hacía un día soleado, ya atardecía. Hacía media hora que había estado con Ella y su recuerdo florecía y reverdecía en él. Esas sensaciones, el beso y la música se entremezclaban, combatían, subían y revoloteaban dentro de sí. Finalmente se impuso la música solemne, potente que iría para siempre indisociablemente ligada a las escenas del día, de su día. Al poco de llegar a su portal pasó por debajo de una casa, por un pasaje oscuro que la atravesaba, un corto túnel de unos cinco metros. Apenas estaba iluminado por un viejo y sucio fanal que resplandecía vagamente una luz anaranjada, moribunda. Al otro lado sólo sombras. Sombras movedizas se agolpaban y separaban bruscamente. Y sucedió.
Una pelea absurda en un atardecer cualquiera. Un chico que aparece repentinamente y que sin comerlo ni beberlo recibe un golpe mortal. Un palo de madera sólida impactó en su cabeza y la música, su idea, su día, su chica, todo… estalló en él. Sin embargo la canción de su MP3 siguió sonando, indiferente.

Paseo con mi sobrina

Paseo con mi sobrina Estoy en la playa con mi sobrina. He dejado la silla anclada en la arena y ahora estoy medio metido en el agua, donde las olas besan la arena y ahora cubren mis inertes piernas. Mi sobrina ha entrado ya y de vez en cuando saca la cabecita para respirar, pero lo que a ella le gusta es bucear. De pequeña quería ser astronauta y dice que para ella bucear es parecido a lo que soñaba. Puede hacer mil piruetas dentro del agua y, de vez en cuando, con la compañía de algún pececillo despistado que anda cerca de la costa.

A mi sobrina le gusta llevarme de un sitio para otro. Y a mi me encanta. Mucha gente se ha ocupado de mi a lo largo de mi vida. He salido a pasear con mucha gente. Cada persona tiene su estilo, su forma de pasear, de mirar las cosas de la calle. Lo noto enseguida. Cuando alguien me pasea, me lleva. Aunque yo le diga dónde quiero ir me lleva a su manera y esto se nota. Mi sobrina me hace dar mil vueltas, parece que bailemos, jeje... Desconcierta a los peatones que no saben por dónde va a continuar después de un viraje repentino. Cualquier cosa que le llame la atención enseguida me la quiere comunicar: un titular, un libro, una persona, un objeto, un árbol, un reflejo de la luz, una frase pillada al vuelo en una conversación de vecinas de escalera o de un café... Me gusta salir con ella y dejarme llevar dónde ella quiera.

Ésta mañana hacía calor y un sol resplandeciente que pegaba con fuerza a mi silla mientras yo miraba por la ventana. -¿Quieres ir a la playa? - ha sugerido. Como respuesta he hecho una sonrisa como diciendo: ¿estás loca? ¿como voy a ir? Para ella no hay fronteras, barreras ni peros a objetar, lo que quiere lo consigue, lo que le ilusiona consigue que se contagie a los demás. Aquí estoy yo chapoteando un día de verano muchos años después de la última vez.

Puzzle fotográfico (4/4)

Puzzle fotográfico (4/4) Todo empezó con un número de teléfono equivocado, el teléfono sonando tres veces en la quietud de la noche.
- Don Pablo, ya sabes quién soy. Tengo una foto tuya dentro de la
finca, pronto sabrás lo que eso significa –sugirió Arnaldo, con tono amenazante.
Colgó.

Al otro lado del hilo telefónico no estaba Pablo sino su hermano. Arnaldo se había equivocado al llamar al piso de soltero de Pablo, ahora ocupado por su hermano menor, Juan, cuya voz se le antojó idéntica y eso que los ciegos, como es sabido, tienen el oído más fino que los demás.
¿A qué finca se refería? ¿A la que ocupaban Lidia y Pablo? Lo que él no sabia es que un siglo y medio antes, el tatarabuelo de Lidia, escritor, habitaba aquella casa. El rasgo característico de ese individuo y la razón principal de su descomunal obra radicaba en sus pocas horas de sueño y en sus seis o siete horas diarias dedicadas a la extraña labor de narrar los sueños que tenía.

La noche en que don Arnaldo visitó a la pareja hacía exactamente ciento cincuenta años de la muerte del antepasado de Lidia. Don Arnaldo se había hecho con una extraña historia. Conocía el rumor o leyenda que contaba que cada año, como conmemoración de su muerte, el antiguo morador de la finca, el escritor, tomaba el cuerpo del varón de la finca aunque sólo por esa noche, por espacio de unas horas.
Para dar fe de esos rumores, don Arnaldo se hizo con la confianza de un equipo de fotógrafos sensacionalistas y así fue como asaltó al escritor, en el cuerpo de Pablo, esa noche.

Pobre Pablo, nunca olvidaría esa noche. Desconocía esa leyenda pero le tocó vivirla en sus carnes. Esa noche, después de ser alumbrado por los faros del coche dejó de ser él mismo. El viejo escritor tomó su cuerpo y su mente empezó a dar vueltas. El ciego y su equipo se disculparon y dejaron a Lidia sola.

Un tren, un punto de luz, una finca, una dama, recuerdos de un tiempo ya vivido. Eso es lo que soñó. ¿Y cómo lo se? Cada año, el viejo escritor tomaba el cuerpo del varón de la finca para realizar un último sueño más. Luego obligaba a dicho varón a escribirlo. Así fue como fue creciendo año tras año la inmensa e infinita obra del viejo escritor que no conseguía enlazar sus sueños durante más de media hora.

Y así es como te ha llegado ésta historia, sorprendido lector, yo mismo soñé que Pablo soñaba y luego, ese escritor me obligaba a escribir éste mismo relato. Porqué ahora soy yo quién habita la finca.

Puzzle fotográfico (3/4)

Puzzle fotográfico (3/4) Durante mucho tiempo me he acostado temprano. A veces, apenas apagaba la vela mis ojos se cerraban tan deprisa que no tenía tiempo de
decirme: "Me duermo". Y media hora después, la idea de que era hora de buscar el sueño me despertaba.
¿Sufría insomnio? No, sino sueño en etapas. Todos necesitamos descansar, es algo inherente a nuestra condición humana. Sin embargo hay tantas modalidades de sueños como personas. Los hay que duermen como bebés, a pata suelta, de un tirón. Luego están los que tienen un sueño seguido pero débil, se despiertan al menor ruido. Otros se desvelan con frecuencia, tienen fases de sonambulismo, hablan en sueños, tienen pesadillas o se mueven hasta caer de la cama.
Mi caso es muy especial. Al atardecer, poco después de cenar, siempre a la misma hora, despido al servicio y me dirijo a mis aposentos. La cama está preparada y una vela, encima de la mesita de noche, ilumina la habitación con luz tenue e intermitente.
Es temprano, pero aún así apenas me he tumbado sobre la cama, soplo con fuerza para apagar la vela y los ojos se me cierran dando paso a un breve pero intenso sueño. Media hora, ni más ni menos. Los muchos años que llevo a mis espaldas me han hecho renunciar a seguir en cama entre fase y fase de sueño. Desde cada interrupción hasta que vuelvo a entrar en sueño profundo tengo una hora entera. Y así durante siete horas y media que incluyen cinco periodos de sueño. Esto es, media hora de sueño para cada hora y media transcurrida. Así de implacable se me muestra el transcurso del tiempo. Lo que a algunos les parecerá una anécdota a mi me ha marcado la vida.
Mis recuerdos alcanzan los albores de mi infancia. Ya a esa temprana edad me desvelaba así. Lo único que ha cambiado ha sido la naturaleza de los sueños. Antes pesadillas, ahora sueños más agradables que he aprendido a controlar mejor. A la mañana siguiente soy capaz de recordar cada uno de los cinco sueños. La curiosidad, un afán de coleccionismo o de autoconocimiento me impulsaron a llevar una auditoria de mis sueños. Cada hora libre después de un sueño me dedicaba y me sigo dedicando a escribir. Cinco horas todas las noches que añadidas a las diurnas son una buena suma para un escritor. Así, sin darme cuenta fui llenando hojas y más hojas hasta que un buen día decidí poner en orden lo escrito. Por las noches escribía lo que soñaba y dedicaba los días a rescribir y ordenar los apuntes, a redactarlos para mis libros.

Puzzle fotográfico (2/4)

Puzzle fotográfico (2/4) Un ciego, antiguo amigo de mi mujer, iba a venir a pasar la noche en casa....
Hacía pocas semanas que nos habíamos casado, aún no conocía a todos sus conocidos. Mi mujer nunca me había hablado de él.
Se conocían de la infancia, del pueblo, aunque desde entonces no se habían visto. Era ciego. Le había llamado la semana anterior, vendría a casa esa misma noche. Sus palabras habían sido "Hola Lidia, soy Arnaldo, ¿te acuerdas?" "Sí, ese mismo, oye, tengo que veros, el próximo sábado por la noche estoy en vuestra ciudad…" "Perfecto, sí por la noche, sábado, nos vemos entonces".
Llamaron. Mi mujer estaba acicalándose y ordenó que le fuera a abrir yo mismo. La casa está rodeada por un jardín. Un largo paseo separa la puerta principal de la verja donde se hallaba el ciego. Me envolví con el abrigo y rápidamente me lancé escaleras abajo y, a oscuras, me abrí paso hasta la verja.
- ¿Es usted? El amigo de mi mujer. Arnaldo, ¿me equivoco?- pregunté, escuchando el eco de mi propia voz tal vez afectada por la incómoda situación del encuentro y entrecortada por la rápida carrera.
-Ese mismo, don Pablo –respondió el ciego con seguridad, entre dos largos silencios al fin del segundo de los cuales ordenó:
-Sonría.
El ciego se había apartado dejando que dos potentes focos, los faros de un coche, iluminaran de lleno a Pablo, circunstancia que aprovechó alguien cercano a don Arnaldo para sacar la fotografía que encabeza éste relato.
En breves instantes, que se le hicieron eternos, Pablo reaccionó y pudo vislumbrar la figura del ciego. Se apoyaba en un bastón blanco, llevaba gafas de pasta oscuras y bigote blanco, era un anciano.
- Perdone, ¿le ha molestado mi coche? –preguntó, falsamente educado, Arnaldo. Debe estar deslumbrado -soltó una carcajada. – Ahora comprenderá cómo me las apaño yo, sólo veo sombras que se pasean entre una gran luz. Lo siento, no pretendía asustarle- mintió.
- Hola Arnaldo –saludó Lidia, la mujer de Pablo. – Como tardabais
tanto he decidido salir a buscaros.
Viendo la complicidad entre ambos, Pablo se sintió herido y permaneció a un lado observando cada detalle, ¡todo era tan sospechoso! Sin embargo ignoraba que en medio de aquella confusión le habían sacado una foto. Ése había sido el objeto de la visita del ciego, tomarle una foto al reciente marido de su amiga Lidia cuyo propósito ya no pertenece a éste capítulo.

Puzzle fotográfico (1/4)

Puzzle fotográfico (1/4) El tren avanzaba impetuosamente, con ritmo furioso y entrecortado. Tenía que detenerse, cada vez con mayor frecuencia, en estaciones de poca monta donde permanecía unos momentos esperando con impaciencia la señal para volver a embestir la pradera.

Era por un lado el ritmo trepidante, por el otro las continuas aceleraciones y desaceleraciones lo que hacía el viaje cada vez más brusco. Aceleraba cada vez más a fondo, si cabe, pero se detenía más a menudo en desérticas estaciones.
Asimismo era mi vida. Sobretodo los últimos años marcados por una cadena de acontecimientos solapados que me llevaban a Ella. Sin saberlo mi vida me estaba llevando a Ella a un ritmo vertiginoso sin marcha atrás.
El tren, mi vida,… ahora el tren discurría a lo largo de una larga recta. Notaba la energía desbocada de las ruedas sobre las vías, su ruido metálico, el sonido penetrante y agudo de aceleración como el de la olla a presión.
Los vagones perfectamente alineados y un punto fijo. Miraba fijamente al fondo del tren, al centro de todas las líneas de fuga, una perspectiva perfecta. Un punto blanco, lo demás giraba a su alrededor formando una mezcla de colores en movimiento, un caleidoscopio rotatorio ensombrecido o iluminado según atravesábamos un túnel o salíamos de él.
Y al final del viaje Ella. Ese punto de luz se ampliaba, la mezcla de colores paraba de rotar, las espirales dejaban de retorcerse y tomaban la forma de un camino flanqueado por poca o nula vegetación, una gran pradera que estaba presidida en primer término por la entrada a la finca y por Ella. Veía su rostro como un punto de luz que no me abandonaba, su rostro se paseaba por todo el paisaje.

Cama vacía

Cama vacía Me dijo que cualquier día de esos no estaría. Hasta entonces yo acudía diariamente al hospital a verla. Un presentimiento especial me previno y, efectivamente, hallé la cama vacía. La imagen era sobrecogedora. La cama, revuelta, aún tenía las sábanas calientes y la almohada ligeramente húmeda. No pisé la alfombra, como muestra de respeto del último sitio que pisaron sus pies en ésta tierra...

Sin la 'e'

Sin la 'e' Una llamada nocturna. Una consigna clara: transportar a un individuo al Sanatorio.
Dio con la casa buscada combinando su intuición con las notas: c/Almada núm. 66.
Abandonó su automóvil. Una ráfaga huracanada soplaba con brío. Miraba hacia la casa. Un alto campanario proporcionaba vistas al individuo a sanar. Cobijado bajo un abrigo no pasaba frío.
La casa. Su configuración consistía: construcción horizontal y planta única. Contaba con: un claustro con patio y dos altos campanarios.
Tuvo paso fácil a la casa. Analizaba y tomaba nota. Llovía un chaparrón, brutal inicio sin aviso. Caminaba por un pasillo porticado, dibujando un camino circular sin ángulos bruscos. Buscaba una salida. Sólo había una posibilidad: la cocina.
Había ocurrido una matanza brutal. Había líquido rojo por todos lados y su olor turbaba. Sus zapatos patinaban, no podían aguantarlo, con dificultad salió al pasillo. Avanzo como pudo y al salir aún vio un armario con órganos humanos. Buscando otra salida distinta al patio, halló una gran sala. Mobiliario sobrio y antiguo. Hogar aún activo, la única luz. Había una alfombra oscura. A ambos lados un balancín y un sofá forrados, color morado y oscuro. Igual pasaba con todos los muros. Raros cuadros con caras moribundas. Plasmaban horror, la cara más próxima al dolor. Asustado y con pocos ánimos salió a dar otro vistazo al patio. Aún llovía, y aún más cantidad.

Prrff, fluushpff!! Pum, clock, shrttt,… Una magia oscura había clausurado todas las salidas. ¿Y ahora? Probó mil y una artimañas. Fracasó. Ora arriba, ora abajo, a un lado y a otro, no había salida. Atrapado. Oía la lluvia contra la pizarra. Cansado como nunca no podía sino dormir. Soñaba. Funcionaba sin parar su imaginación.
Plush! Shraaamp! Un individuo anciano y curvado poco a poco lo atraía hacia si. No podía huir. Corrió. Inútil. No sirvió. Cayó, sin ánimo. Sólo vio como la figura curvada iba a la cocina y salía con disposición a otro malvado trabajo. Sin opción.

Por fortuna ya no soñó nada más. Por fin. Al abrir los ojos, vivió otra cosa, sin duda, algo más natural y afortunado.