Blogia
UNIENDO CASUALIDADES

El mercader de Venecia

El mercader de Venecia

La poesía de Shakespeare junto a una buena interpretación hacen de esta película, a mi modo de ver, una buena adaptación.

Dicen que en las novelas de Shakespeare afloran todas las pasiones humanas.

En esta hay amor, venganza, odio, lealtad, discriminación, gratitud,… pero por encima de todas: justicia. Los mil y uno recovecos que tiene la historia confluyen en un juicio (que enfrenta un judío con un mercader cristiano) que destaca por el peso de la ley y la palabra dada. En juego estaba la credibilidad de un sistema, el bienestar y la seguridad del reino incluso por encima de una vida humana (la del cristiano).

A mi modo de ver se trata al judío con crueldad, quizás debido a la época (siglo XVI), aunque se pone en su boca un magnífico monólogo donde reivindica la igualdad entre todos los hombres y después, cuando el mercader cristiano acude a él en búsqueda de un préstamo (el incumplimiento del pago del mismo le llevaría al juicio), ironiza sobre si los “perros” (así se insultaba a los judíos) saben firmar cheques.

El amor está tratado como solía abordarse el amor cortesano en la época medieval. Sin embargo Shakespeare lo enlaza con la fidelidad. La obra entera está llena de juramentos, leyes y pactos. No se escapa de ellos el amor. Todos los aspirantes a conquistar a la dama, que vive aislada en su palacio y es inmensamente rica por la herencia de su padre, deben pasar la misma prueba para poder casarse con ella sin que ella pueda escoger a su marido. De modo que por encima de su libertad se impone una regla que le asegura que el aspirante será digno de ella. Como en un cuento de hadas, el más apuesto, humilde y honesto de los caballeros descubre los valores auténticos que lo acercan a la dama y así pasa la prueba.

Pero no termina todo allí, cuando la obra se acerca a su final el pobre marido debe superar una nueva prueba. Con métodos astutísimos y rayando la traición más típicamente femenina, la dama se hace pasar por doctor en derecho el día del juicio y consigue salvar al amigo del marido (el mercader cristiano) que estaba a punto de perder la vida a favor del judío. El marido en gratitud le ofrece dinero pero ella (aún disfrazada de juez) se niega pero le pide el anillo que ella misma le había regalado el día de la boda haciéndole prometer a su marido que lo guardase y no lo dase ni perdiese por nada del mundo. El marido se lo da, muy a su pesar, pero agradecido puesto que acaba de salvar la vida de su mejor amigo (que estaba enjuiciado por no pagar al judío el préstamo con el cual él, el marido, había podido ofrecerse como candidato a la dama). Así que después de esta rebuscada trama ella se da por satisfecha por la lección que le ha dado no sin antes arrancarle la promesa que cumpliría todos los pactos venideros.

Yo, en su lugar creo que antes de jurar algo me lo pensaría dos veces. Aunque fuera jurar que nunca recitaría versos en chino colgado de la pared.

0 comentarios