Aetalag (IV)
Por fin, pasó lo que era natural que pasase. Nos acabamos encontrando físicamente. Quedamos en el Puerto. La reconocí y levanté ligeramente mi brazo derecho, como habíamos acordado.
Era tal y como la recordaba. Altiva, cada uno de los átomos de su cuerpo procuraba estar lo más estirado y derecho posible. Fuerte, su porte digno, semblante serio. Rostro bien proporcionado: frente ancha, pómulos altos y labios carnosos. Su recogido no dejaba ningún cabello al azar, lo protegía con una prenda negra. Su mirada era directa, la proyectaban dos enormes ojos oscuros. Su nariz no destacaba, sólo era un relieve más de su pálida tez que se levantaba sobre un cuello arropado por unas ropas de terciopelo rojo que culminaban con un favorecedor cuello blanco ondulado.
Balbuceé un saludo, le besé la mano y aguanté la mirada de abajo a arriba cuando me incorporé.
-Tenía que conocerte. Aunque hasta ahora sólo te haya leído y observado de lejos, quería saber algo más de ti, en persona. Eres la dama de la niebla, del misterio. Apareces y desapareces de ella para ir al puente y, siempre a la misma hora, tirar una botella mensajera mientras tu mirada se pierde en algún lugar delante de ti.
-Buff… estoy agotada, una carga muy pesada me oprime. Conocerte ha sido para mi una liberación. Los mensajes en el río no tenían como objeto encontrarte. Los escribía y los sigo escribiendo por otro motivo. La hora concreta en la que realizo los envíos también, todo tiene una explicación, otra cosa es que te la de ahora. De todos modos compartiré mi pesar y mi infinita tristeza contigo. Esa tristeza es la que me acompañaba cada tarde cuando me has visto.
Anduvimos por el paseo que acompaña al río y me fue contando entresijos de su pasado.
El Amor Arrebatado centra mi vida. Sólo me he enamorado una vez. Eso no significa que me cierre por completo a nada. Sólo siento que algo irrecuperable “se fue, se perdió por ese camino del que nunca vuelve, se alejó y desapareció para siempre. Por ahí se fue mi Amor”. Durante años lo tuvieron encarcelado, preso, privado de toda libertad. Estaba muy al norte, donde los barcos quedan encallados en el mar y los días duran meses. Él fue preso de guerra pero durante una revisión, por error fue confundido por otro preso que se fugó en su lugar. Ese cambio de identidades fue terrible, le supuso pasar un total de cinco años en la cárcel más fría e hinóspita del continente. No se me escaparon las noticias sobre él y la “vida” en la cárcel, un maldito día me enteré que le ejecutaban. Asistí. Eran las siete en punto de la tarde cuando un gritó ahogado finó su vida y enterró la mía. Sólo así, escribiendo cada día a la misma hora consigo alejar un poquito más la soga del error, la fatalidad, la injusticia y la infinita tristeza.
Era tal y como la recordaba. Altiva, cada uno de los átomos de su cuerpo procuraba estar lo más estirado y derecho posible. Fuerte, su porte digno, semblante serio. Rostro bien proporcionado: frente ancha, pómulos altos y labios carnosos. Su recogido no dejaba ningún cabello al azar, lo protegía con una prenda negra. Su mirada era directa, la proyectaban dos enormes ojos oscuros. Su nariz no destacaba, sólo era un relieve más de su pálida tez que se levantaba sobre un cuello arropado por unas ropas de terciopelo rojo que culminaban con un favorecedor cuello blanco ondulado.
Balbuceé un saludo, le besé la mano y aguanté la mirada de abajo a arriba cuando me incorporé.
-Tenía que conocerte. Aunque hasta ahora sólo te haya leído y observado de lejos, quería saber algo más de ti, en persona. Eres la dama de la niebla, del misterio. Apareces y desapareces de ella para ir al puente y, siempre a la misma hora, tirar una botella mensajera mientras tu mirada se pierde en algún lugar delante de ti.
-Buff… estoy agotada, una carga muy pesada me oprime. Conocerte ha sido para mi una liberación. Los mensajes en el río no tenían como objeto encontrarte. Los escribía y los sigo escribiendo por otro motivo. La hora concreta en la que realizo los envíos también, todo tiene una explicación, otra cosa es que te la de ahora. De todos modos compartiré mi pesar y mi infinita tristeza contigo. Esa tristeza es la que me acompañaba cada tarde cuando me has visto.
Anduvimos por el paseo que acompaña al río y me fue contando entresijos de su pasado.
El Amor Arrebatado centra mi vida. Sólo me he enamorado una vez. Eso no significa que me cierre por completo a nada. Sólo siento que algo irrecuperable “se fue, se perdió por ese camino del que nunca vuelve, se alejó y desapareció para siempre. Por ahí se fue mi Amor”. Durante años lo tuvieron encarcelado, preso, privado de toda libertad. Estaba muy al norte, donde los barcos quedan encallados en el mar y los días duran meses. Él fue preso de guerra pero durante una revisión, por error fue confundido por otro preso que se fugó en su lugar. Ese cambio de identidades fue terrible, le supuso pasar un total de cinco años en la cárcel más fría e hinóspita del continente. No se me escaparon las noticias sobre él y la “vida” en la cárcel, un maldito día me enteré que le ejecutaban. Asistí. Eran las siete en punto de la tarde cuando un gritó ahogado finó su vida y enterró la mía. Sólo así, escribiendo cada día a la misma hora consigo alejar un poquito más la soga del error, la fatalidad, la injusticia y la infinita tristeza.
3 comentarios
NADA -
Hay una cosa con la que estoy muy de acuerdo con el texto, y es que un amor que se va no se puede recuperar con otro; cada uno es único e irrepetible.
Un saludo
La Mariposa -
Besos voladores ;-)
Marta -