Un poco de luz a un día gris
Querida Elisa, mi querida esposa:
Era un día cualquiera, más bien soso, sin nada especial, aburrido, monótono. Estábamos muy cansados: muchas semanas sin apenas descanso. El runrún, la rutina gris. No sólo eso: la acumulación de pequeñas frustraciones, discusiones inútiles, detalles del día a día que se desajustaban, conversaciones rápidas, breves y de poca calidad, pocas horas de sueño y muchas de atascos.
Te había ido a buscar al trabajo en coche. Al fin llegamos al piso. Abrí la puerta. Tras la vuelta entera de la llave en la cerradura para cerrarla, mis sensaciones cambiaron por completo. Me invadió una sensación de liberación y confort.
No fue nada premeditado, se me acababa de ocurrir mientras conducía. A veces, acumulo energía negativa y, para restablecer el equilibrio, tengo una idea y, si la ocasión lo permite, la desarrollo tal como sale.
En ese instante, sin pasar del recibidor, te saqué el reloj y a la mínima queja, exclamación o atisbo de pregunta te solté:
- Mientras veníamos con el coche he tenido una idea. Confía en mi.
Confiaste en mi. Dejaste todos tus bártulos ahí mismo. Te quité el abrigo, te desanudé la bufanda. Tu mirada estaba llena de perplejidad pero tu sonrisa delataba curiosidad. Deposité un beso que acarició tu frente al sacarte el gorrito de lana que abrigaba tu pelo. Pieza a pieza, iban cayendo al suelo: el abrigo, la bufanda, el gorrito... Cada una hacía su ruido y marcaba un ritmo. Llevabas una camiseta blanca, como yo, así estaríamos cómodos.
Te llevé hasta la puerta de nuestra habitación. Entré, abrí bien las persianas y cerré las cortinas blancas de modo que entrara mucha luz. Sentados sobre nuestros pies, encima de la cama, nos miramos. Te cerré los párpados con una caricia con los pulgares. Yo mismo cerré los ojos. Silencio. No se si pasaron segundos o varios minutos. Nos escuchábamos la respiración. Mi espalda erguida no iba ni atrás ni caía hacia delante, el equilibrio era total, un leve balanceo me ayudaba a concentrarme y a permanecer activo.
Cuando encontré un poco de energía abrí de nuevo los ojos y enredé las yemas de los dedos en tu cabello. Mis manos eran como dos pulpos en plena actividad encogiendo y estirando los dedos, dándote un masaje.
Lentamente me situé donde antes, extendí los brazos y pregunté.
- ¿ Puedes darme el abrazo más lento de la historia ?
Recorrimos poco a poco el camino marcado por nuestros brazos. No podrás recordarlo porqué me acabo de inventar toda esta historia a partir de una foto. Pero, cómo te has sentido, cómo habrías reaccionado? qué te sugiere?
Tu marido, Enrique.
4 comentarios
Joan -
Gracias por tu regalo, gracias por tu historia, ;)
Somni-e -
AJAJA! :p Yo empleo esto como desahogo... Hace tiempo que no invento historias. Escribia poesia cuando estaba triste. Pero... ahora no suelo encontrar ganas de "urgar" mucho en mi mente, ni de imaginar cosas que siento que jamás saldrán de mi imaginación. Me duele un pokito soñar... x culpa del miedo al futuro. --> Ves!? Ya estoy dando detalles. Si sq!!!! SOY UN CASO! Weno... Gracias x tu respuesta! Y... HASTA LA VISTAAAA "toni"! ;o)
Tonificante -
Somni-e -