29 S, huelga general
Cojo mis bártulos de narrador: libreta, bolígrafo y cámara de fotos y me planto debajo de mi casa cuál acuarelista dispuesto a ‘pintar’ el cuadro de realidad que tiene enfrente. Delante de mí se encuentra una estación de ferrocarril (FGC) con las persianas echadas.
La calle está desierta y el sol brilla con intensidad veraniega a pesar de hallarnos en el incipiente otoño. Nadie a mi derecha y a penas un peatón a mi izquierda. Cruzo la calle para acercarme a la persiana. Ningún cartel informa de los servicios mínimos. Posteriormente, averiguaría que éstos habían sido de seis a nueve de la mañana y de cinco a ocho de la tarde. Si no fuera porque al encender la radio (privada, la pública hace huelga) la palabra ‘huelga’ se repetía a una cadencia de cinco veces por minuto, podría tratarse de un día festivo cualquiera.
A falta de signos anómalos me veo obligado a abandonar mi trinchera narrativa para cubrir la parte anterior de mi casa dirección al casco viejo del barrio. Los bancos, panaderías, guarderías y colegios están abiertos; así como la frutería y el mecánico.
En una calle que suele estar igual de desierta que la posterior de mi casa, había un grupo de jóvenes, cámara en ristre, grabándose mientras tocaban música. A pocos pasos suyos, reconozco a Arcadi, no Espada sino Oliveres, con aspecto bonachón, como siempre, jugando con una niña a las puertas de una guardería.
En la calle mayor se apreciaba más animación de la habitual en un día laborable. Parece un día de fin de semana (rostros relajados, sonrientes y gente paseando sin prisa) con la salvedad que hay muchos más negocios abiertos que un sábado o domingo cualquiera.
Sin embargo, cuando ya desistía en mi búsqueda de elementos anómalos, los encuentro al darme de bruces con el primer punto de recogida selectiva de basura. Los tres contenedores están llenos a rebosar y rodeados por un generoso excedente de cartones y bolsas de plástico. Ante este signo, decido abundar en mis investigaciones entrando en un par de escuelas de primaria bien heterogéneas: la escuela italiana y una escuela pública ‘progre’ a más no poder. Considero que la muestra puede ser representativa.
En la escuela pública los niños están en pleno recreo matinal. En recepción, me informan que la jornada se desenvuelve “con total normalidad” y que sólo cuatro maestros han hecho huelga. Sin embargo, una desenvuelta muchacha me revela que el servicio de comedor sí hace huelga con lo que -según me informa la recepcionista- muchos padres optan por recoger a sus retoños a medio día, aprovechando que en muchas empresas no se trabaja (ya sea por elección o por obligación).
Delante de la escuela italiana, veo a una docena de familias recogiendo a sus hijos. Haciendo uso de mi italiano confirmo que, al igual que en la escuela pública, muchos padres prefieren aprovechar ese día semi festivo para pasarlo en familia.
Buscando otro punto de vista de la huelga inexistente en mi barrio –basuras y comedores infantiles a parte- pongo la misma radio privada de esta mañana para escuchar en voca de Carles Torrecilla los perjuicios que acarrea una huelga general.
Entre los económicos, determina –haciendo una simple regla de tres- que un día de huelga le cuesta al país dejar de producir unos 300 millones de euros. En la economía de la calle representa un 5% menos de ingresos de este mes mientras que los gastos fijos continúan allí.
En cuanto a la imagen, dejando a un lado la confianza inversora y especulativa de los mercados, valora que la imagen de una calle cortada por la quema de neumáticos permanece unos veinte años en la retina de los turistas que pasean por Plaza Cataluña.
Finalmente, hace otra aportación de calado: un día de huelga no ocasiona pérdidas sólo por espacio de 24 horas sino que hay que tener en cuenta las horas de planificación y previsión de los empresarios para garantizar la producción de ese día tanto internamente como para sus clientes internacionales.
Completa su análisis diciendo que tenemos una sociedad demasiado compleja y sofisticada para que un sindicalista pueda valorar los costos que ocasiona una huelga de estas características. Y termina con otro apunte: además de todos los costes económicos, hay uno mental: el de externalizar la culpa (hacia la crisis, hacia los gobiernos) sin asumir la que nos pertenece.
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Sergio -