Taizé (I)

Tomas consciencia que no estás solo, centenares de voces, como de ángeles, te mecen con un cántico repetitivo a cuatro voces que juegan para armonizarse ayudándose y complementándose.
Cierras los ojos y poco a poco las voces dejan de escucharse y ya sólo se oyen aunque siguen acompañándote. La calidez de la luz y de las voces cobra presencia en forma de paz: la que siente el niño cuando su padre le lleva de la mano; la de notar como tu respiración es tan suave que casi es imperceptible; la de admirar la imagen bella y sencilla de éste conjunto que has descubrierto sobre éstas líneas.
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