Castillos de arena
Pocas cosas son comparables a la excitación que sentía al salir de casa con sus padres cargados de los enseres playeros cubriendo los escasos 500 metros hasta la playa. Sólo una cosa le preocupaba: pasar el último bloque de pisos y ver ondear bandera amarilla o roja, en tal caso no podría bañarse... A lo largo de esos 500 metros veía a lo lejos la mar, las olas centinellantes y se veía ahí, danzando entre las olas. No deben estar muy altas, pensaba. Pasaban la carretera cogidos de la mano y ya se descalzaban para andar por la arena. Una arena pegajosa pero agradecida para construir grandes castillos con sus fosos, túneles y puentes... de vez en cuando alguna ola se pasaba de frenada y le hundía sus construcciones. Con el tiempo, cada vez hacía más murallas, canales y jugueteaba más con el agua. Como decía, nada comparable con la excitación, con la libertad de correr con su bañador preferido hacia el agua, chapotear los primeros metros hasta que sus pernecitas no resistían la bravura del mar y se zambullía totalmente en el agua buceando unos metros con los ojos cerrados y la musculatura estirada pero relajada, con la sonrisa distendida que sabe que el verano justo acaba de empezar...
0 comentarios