Lunes Santo
[Serie de relatos extraídos de Un rodamón a les estrelles de Jack London]
Me llamo Ragnar Lodbrog. Soy un hombre muy alto. Los romanos de mi legión me llegaban, como mucho, a los hombros. Pero fue más tarde, después de mi viaje de Alejandría a Jerusalén, que fui jefe de legión. No soy romano, vengo del Norte, pero ellos me capturaron. Me hicieron esclavo a galeras y como tal entré a Roma. Más adelante me liberaron y ya ciudadano y soldado, fui a Jerusalén. Cuando travesé la puerta de Jaffa atraía todos los ojos caían hacia mi. Todos eran hombrecitos pequeños, de osamenta estrecha y no habían visto nunca un hombre tan alto y rubio como yo.
Casi todas las tropas de Pilatos eran auxiliares salvo un puñado de romanos destacados en el palacio. Son buenos soldados pero nada a que ver con los romanos que son verdaderamente regulares y de fiar.
Había una mujer de la corte de Antipas, amiga de la mujer de Pilatos, que me presentaron la noche de mi llegada. Si sólo fuera difícil describir el encanto de las mujeres, os describiría Miriam. ¿Pero cómo es posible expresar en palabras la emoción? Es una percepción que nace como sensación y se convierte en una emoción más racional, una inefable sensación muy elevada. En general la mujer es hechizadora para un hombre. Cuando deviene particular, nombramos esta sensación: Amor. Miriam tiene para mi esta atracción particular. Era una mujer admirable. Su cuerpo de perla ultrapasaba la mediana de la mujer judía en altura y fineza. Pertenecía a la aristocracia de nacimiento, pero por naturaleza era mucho más noble todavía aún. Todo lo que hacía y la forma como lo hacía era tocado por la elegancia y la majestuosidad. Era inteligente, tenia agudeza de espíritu y, sobretodo, era muy femenina. Como veréis al final, su feminidad fue determinante para los dos. Morena, con piel de color de oliva, cara ovalada, los pelos eran de negro azulado, como los ojos: dos pozos gemelos de negrura dulce. Nunca se habían ajuntado dos tipos más perfectos para el rubio y el moreno.
Vibrábamos juntos en seguida. No hubo ni lucha interior, ni espera ni resistencia. Fue mía en el mismo momento que la mirada la acarició. Y a la primera muestra Ella supo que le pertenecía. Me acerqué, ella medio se incorporó en el diván, como si algo la arrastrase a recibirme. Y nos mirábamos intensamente hasta que la mujer de Pilatos lanzó una risotada nerviosa. Pilatos dirigía a Miriam una mirada muy significativa, como queriendo decir:
- ¿No es justo lo que te había prometido?
Me llamo Ragnar Lodbrog. Soy un hombre muy alto. Los romanos de mi legión me llegaban, como mucho, a los hombros. Pero fue más tarde, después de mi viaje de Alejandría a Jerusalén, que fui jefe de legión. No soy romano, vengo del Norte, pero ellos me capturaron. Me hicieron esclavo a galeras y como tal entré a Roma. Más adelante me liberaron y ya ciudadano y soldado, fui a Jerusalén. Cuando travesé la puerta de Jaffa atraía todos los ojos caían hacia mi. Todos eran hombrecitos pequeños, de osamenta estrecha y no habían visto nunca un hombre tan alto y rubio como yo.
Casi todas las tropas de Pilatos eran auxiliares salvo un puñado de romanos destacados en el palacio. Son buenos soldados pero nada a que ver con los romanos que son verdaderamente regulares y de fiar.
Había una mujer de la corte de Antipas, amiga de la mujer de Pilatos, que me presentaron la noche de mi llegada. Si sólo fuera difícil describir el encanto de las mujeres, os describiría Miriam. ¿Pero cómo es posible expresar en palabras la emoción? Es una percepción que nace como sensación y se convierte en una emoción más racional, una inefable sensación muy elevada. En general la mujer es hechizadora para un hombre. Cuando deviene particular, nombramos esta sensación: Amor. Miriam tiene para mi esta atracción particular. Era una mujer admirable. Su cuerpo de perla ultrapasaba la mediana de la mujer judía en altura y fineza. Pertenecía a la aristocracia de nacimiento, pero por naturaleza era mucho más noble todavía aún. Todo lo que hacía y la forma como lo hacía era tocado por la elegancia y la majestuosidad. Era inteligente, tenia agudeza de espíritu y, sobretodo, era muy femenina. Como veréis al final, su feminidad fue determinante para los dos. Morena, con piel de color de oliva, cara ovalada, los pelos eran de negro azulado, como los ojos: dos pozos gemelos de negrura dulce. Nunca se habían ajuntado dos tipos más perfectos para el rubio y el moreno.
Vibrábamos juntos en seguida. No hubo ni lucha interior, ni espera ni resistencia. Fue mía en el mismo momento que la mirada la acarició. Y a la primera muestra Ella supo que le pertenecía. Me acerqué, ella medio se incorporó en el diván, como si algo la arrastrase a recibirme. Y nos mirábamos intensamente hasta que la mujer de Pilatos lanzó una risotada nerviosa. Pilatos dirigía a Miriam una mirada muy significativa, como queriendo decir:
- ¿No es justo lo que te había prometido?
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