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UNIENDO CASUALIDADES

El Greco

[Basado en el film "El Greco" de Ianis Smaragdis] 
 Te quiero, Doménikos… Pero no quiero tu fama, te quiero a ti. 
Sufro, temo perderte. Ya no me amas como los primeros meses. 
Te has alejado de mí, te siento distante, absorto por tu idea, tu trabajo, tu vida.

Sin embargo, te admiro. Pero tengo miedo que el Doménikos de ahora sacrifique su propia familia por un ideal más alto y de más abasto.
El hombre de rojo será implacable contigo.
Yo te avisé, no debiste contrariarle con ese absurdo cuadro. Tú, que siempre has elevado todos tus modelos al nivel de santos logrando representar sus almas, retrataste, sin necesidad, a ese fanático como lo que es: un ambicioso y despiadado asesino vestido de payaso. Siento que he fallado la palabra que le di al fiel siervo de tu padre de que cuidaría de ti.

 

Anochecía sobre la colina de Toledo. Doménikos, el Greco, se encontraba sentado en su estudio rodeado de lienzos del que, por encima de todos, destacaba el del inquisidor general Fernando Niño de Guevara: el único que carecía de luz propia, de alma; el único que en vez de elevar su vista al cielo o dirigirla para interpelar al espectador, la desviaba desconfiadamente a un lado. El Greco estaba preso de una arrebatadora inspiración. Pero esta vez no se trataba de pintura sino de escritura. Página tras página estaba escribiendo sus últimas memorias la noche antes de acudir, en solitario, ante el gran tribunal de la inquisición.

 

-         Se le acusa de inexactitud en las representaciones bíblicas, de representar santos como sucios pordioseros, de incumplir la tercera resolución de Trento según la cual está expresamente prohibido usar colores extremados o sugerir interpretaciones libres de las Sagradas Escrituras. Se le acusa de blasfemo y, es por ello que, como se puede imaginar, no le espera más que la hoguera.

-         Si es así ¿por qué vino a retratarse a mi casa el mismísimo inquisidor general para ser pintado por un blasfemo pecador como yo? ¡En mi defensa, le cito como testigo!

 

Ante el estupor del tribunal, Fernando Niño de Guevara se personó en la sala.

-         Tu mismo te has condenado, amigo mío. Te dije que no jugaras a competir con el creador, que no te metieras en el misterio de Dios. Inoculas al espectador de tus cuadros cosas que no son reales. No te corresponde a ti predicar la Palabra revelada, es ministerio exclusivo de la Iglesia.

-         Viniste a mí para que limpiara tu imagen y todo el mundo pudiera ver tu alma. Pero en ti sólo hay oscuridad. Sí, soy culpable, yo doy vida a mis modelos. Mi tarea es iluminar donde hay oscuridad, mientras haya luz venceremos la oscuridad. Sin embargo, tú sólo ves la luz de la hoguera pero cuando el fuego se apaga sólo queda la oscuridad y tu corazón sólo lo habitan el miedo y el odio.
 

El gran inquisidor quedó paralizado al oír estas palabras. Se quedó absorto contemplando a su admirado pintor y se sintió culpable y miserable hasta tal punto que decidió salir corriendo de la sala. Fuera del recinto una gran multitud se había agolpado para despedir a su griego más querido. Entre ellos su hermano y su mujer Jerónima.

 

Mi Doménikos! ¿Libre? No puedo creer lo que ven mis ojos y oyen mis oídos. Semejante alboroto y júbilo sólo puede significar que has vencido! Casi te pierdo, maldita sea, ¡pero ahora mi alegría y felicidad son infinitas!

1 comentario

xara -

por fin me hice un blog...

unasanalocura.blogspot.com

=)